«Los políticos constituyen una casta especial de hombres, infeccionados de un egoísmo morboso, devorados por las más bajas pasiones que usted pueda imaginarse y que aman apasionadamente la Hacienda Pública. La verdadera calamidad del trópico, son estos señores políticos, los mosquitos, los huracanes y el paludismo». (Francisco Moscoso Puello)
En la República Dominicana, contrario a lo que podría creerse, no todo está perdido. A pesar de los hechos negativos que a diario suceden, todavía conservamos “valores” importantes. A pesar de los actos de corrupción, el auge de la delincuencia y la inversión de valores que corroe los cimientos éticos de nuestra sociedad; lo reiteramos una vez más, no todo está perdido en la República Dominicana.
En algunos renglones somos los últimos, pero en otros somos los primeros. Los ejemplos sobran: el nuestro es uno de los territorios de América que cuenta con mayor número de canales de televisión, carros de lujo, yipetas, universidades privadas, personas iletradas, orquestas bailables y hasta de enfermos del sida.
Pero lo que es más importante: Santo Domingo es la cuna de los más brillantes actores del Nuevo Mundo. Al leer esto, posiblemente sean muchos los que se sorprendan y hasta riposten alegando que no es así. Contraargumentarán y afirmarán que aquí sólo contamos con una cantidad bastante reducida de buenos representantes de las tablas, registrados en la historia del teatro dominicano; pero ocurre que fuera de esa historia, específicamente en el escenario político nacional, es que se mueven los más famosos y auténticos actores.
Siga el rumbo de los diferentes procesos electorales y notará que el histrionismo de nuestros dirigentes políticos es impactante. Observe el comportamiento, y escuche lo que dicen los candidatos a cargos públicos y seguros estamos de que usted no tardará mucho tiempo en convencerse. Los verá con su artificial sonrisa a flor de labios; pues ha de saberse que no existen en la Tierra seres más simpáticos que los políticos dominicanos cuando están en campaña electoral.
Los escuchará, a todos sin excepción, ofrecer villas y castillos a las muy ingenuas y soñadoras masas de votantes. Los verá en la pantalla de la televisión o retratados en los periódicos sonriéndole paternal y maternalmente al niño que descansa entre sus brazos. Y en los mítines y caminatas los observará confundirse con la muchedumbre, saludando, besando y abrazando hasta el más andrajoso de los ciudadanos.
Mas cuando culmina la escena electoral, el telón se cierra y se abre de nuevo. Esta vez notará que el escenario ha cambiado por completo. Los actores son exactamente los mismos, pero ya no se mueven sonrientes en las calles, sino en los pasillos grandiosos del poder. Merced a esta nueva realidad, el cambio de conducta es evidente. Ya no sonríen. Sus rostros de repente se han tornado circunspectos como si les interesara vender una imagen de «Gran señor».
El sudor de las personas a quienes antes besaban y abrazaban, esta vez parece espantarle o asquearle. Las llamadas telefónicas esta vez no las responden. Del sector donde nacieron y crecieron optaron por retirarse y de sus bocas ahora sólo se escuchará un “dile que yo no estoy” o “ahora no puedo recibirlo»
Cuando termina el período gubernamental y, con este, el poder y los cargos que antes desempeñaban, el escenario cambiará de nuevo y, en tal virtud, la sonrisa, la luz de la momentánea y artificial sonrisa de los actores del teatro político criollo comenzará a despertar nuevas ilusiones en la mente de los votantes que cada cuatro años se presentan a las urnas a votar en pos de un futuro mejor.
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